Aunque solo Oso lleva la cuenta, han pasado siete años desde que cayó preso por homicidio y robo a mano armada. Es un hombre parco, impredecible, violento por naturaleza o por necesidad, y es probable que en todos estos años no le haya dicho a nadie lo que oculta en sus silencios y la tristeza de su mirada. Ahora, mientras sale a la calle en libertad condicional, Oso piensa que tal vez pueda volver a empezar. El Turco le debe todavía su parte del asalto, y a través de un compañero de celda contacta con Güemes, que lo emplea como chofer en su agencia de taxis. Oso ha perdido a su mujer, que vive ahora con Sergio, y su hija apenas lo recuerda, pero él está dispuesto a recuperarlas o al menos a reparar los daños. Como un western desencantado y urbano, Un Oso Rojo imagina el destino de un justiciero marginal en la crudeza real de un suburbio porteño.