La patiserie es para Francia una cuestión idiosincrática. La excelencia no es algo a lo que la crema de los patissières franceses aspiran, sino algo que necesitan. Esa necesidad tiene un curioso título honorario: Mejor Obrero de Francia, categoría exclusiva a la que se accede luego de superar tres días intensivos de hornear y moldear con precisión, delicadeza y velocidad. El tándem Pennebaker y Hegedus nos lleva a la cocina de ese mundillo y observa, con tierna complicidad, a los sufridos candidatos en su rally culinario, al ritmo dulce de Django Reinhardt. Hay algo conmovedor en ver a estos tipos maduros construyendo esculturas de azúcar como nenes, embelesados con su propia creación mientras a su alrededor se los ausculta con el rigor de un campo de concentración.